El convento Premonstratense de Villoria de Órbigo vuelve a estar habitado.
Dos años y medio después de que Sor Nieves (priora), Sor Norberta, Sor Honorina,
Sor Josefina y Sor María Luisa se vieran obligadas, dada su avanzada edad, a abandonar el convento para residir en la Casa sacerdotal de Astorga, el convento tiene nuevos moradores.
El pasado 25 de junio el pueblo de Villoria recibía a los Padres canónicos Rodrigo, Juan y Patricio, de la misma orden Premonstratense y de nacionalidad chilena. Estos tres frailes se han hecho cargo también de la parroquia de Villoria, pues han sido nombrados párrocos “in solidum” de la misma.
En el propio blog del convento http://elconventodevilloria.blogspot.com/ se nos da cuenta con todo detalle de dicha reapertura, incluido un amplio reportaje con fotos y videos de la recepción y misa concelebrada de nombramiento.
Agradezco desde aquí a D. Amador Pinos Cabero, creador de dicho blog, su amabilidad al permitirme utilizar sus fotos, enlaces y textos.
Hecho histórico, sin duda este cambio de monjas a frailes en este siete veces secular cenobio. Ahora bien, no es el primer cambio de este tipo que se produce en su historia.
De hecho, fue fundado en el S. XIII como monasterio masculino, siendo sus primeros moradores frailes llegados de la abadía Premonstratense de Aguilar de Campóo.
La información que aquí resumo está extraída del libro “El Real Monasterio de Santa María de Villoria” de D. Augusto Quintana Prieto, editado póstumamente en 2002 por el Ayuntamiento de Villarejo de Orbigo con la colaboración de la Junta Vecinal de Villoria.
El autor, historiador y sacerdote, ocupó entre otros cargos el de encargado del
archivo diocesano de Astorga, donde fundó el Centro de Estudios astorganos Marcelo Macías. En este libro cita numerosas fuentes de documentación, tanto del archivo episcopal de Astorga, los archivos vaticanos, y en especial el libro Monasticon Premonstratense (1956), de Norberto Backmund y diversos artículos de D. Jose María Fernández del Pozo, natural de Villoria y autor también de la tesina de Licenciatura “Un monasterio leonés desconocido: Santa María de Villoria”.
archivo diocesano de Astorga, donde fundó el Centro de Estudios astorganos Marcelo Macías. En este libro cita numerosas fuentes de documentación, tanto del archivo episcopal de Astorga, los archivos vaticanos, y en especial el libro Monasticon Premonstratense (1956), de Norberto Backmund y diversos artículos de D. Jose María Fernández del Pozo, natural de Villoria y autor también de la tesina de Licenciatura “Un monasterio leonés desconocido: Santa María de Villoria”.
Comencemos con nuestra historia:
Hay constancia documental de que al menos desde finales del siglo XII, Villoria era cabeza de una tenencia o señorío que abarcaba una buena parte de la ribera del Orbigo, desde Santa Marina del Rey hasta Soto de la Vega.
En contra de la costumbre de la época, éste sí era un señorío familiar, y se transmitió al menos en tres ocasiones entre miembros de la misma estirpe, primero de Fernando Peláez a su hijo Pedro Fernández y de éste a su hermano Rodrigo Fernández de Valduerna (el segundo apellido viene dado porque también ostentó la tenencia de Palacios de la Valduerna).
Este tercer señor de Villoria empezó en 1240 las obras para la construcción de un monasterio en Villoria, un poco apartado de lo que entonces era la población, justo a la vera del río Orbigo .
En 1243 las obras estaban, si no concluidas, bastante avanzadas. Ese mismo año se firman dos documentos que se consideran el origen oficial del monasterio de Villoria.
Uno de ellos es el que recoge la amplísima dotación con que el fundador dota al monasterio para garantizar su subsistencia: “Estas son las cosas que yo doy al monasterio de Santa María de Villoria por juro de heredad, para siempre jamás mientras dure el mundo”: Y se relacionan con profusión sus posesiones personales en el pueblo de Villoria “con cuanto hihe”casas, tierras, solares poblados e por poblar, ortos, ortales, árboles con fruto y sin fruto, egidos, entradas, debisos, arrotos e por arromper, aguas, pesqueras, molineras, montes, palomares, e la parte de la iglesia, con todas pertenencias desde la piedra mayor hasta la menor”.
A todo lo anterior se añaden otras mucha posesiones en otros muchos pueblos y cuantiosos bienes, adjudicándole incluso el recientemente creado hospital de Astorga con todas sus propiedades.
Termina este documento con la firma de Rodrigo Fernández acompañada además -algo inusual- de las de sus cinco hijos con la leyenda “damos e otorgamos, e confirmamos e corroboramos cuanto derecho e cuanta pertenencia habemos, e haber degemos en las cosas que don Rodrigo da, o dier de aquí adelante por so alma e de nostra madre doña Teresa Fernández, e por las nostras, e de todos los fieles de Dios, al monasterio de Santa María de Villoria”.
Es indudable que esta amplia donación hecha al monasterio constituía una generosa y espléndida herencia y que garantizaba unos ingresos suficientes para el sostenimiento de la comunidad que habitara intramuros de este.
El otro documento fundacional es el convenio firmado por el prelado y el cabildo astorganos con el monasterio de Alguilar de Campóo, que era de donde procedían los monjes primeros y su abad quien tutelaba el de Villoria. Han de pasar 26 años, hasta 1269 para que Villoria cuente con su primer abad completamente independiente de aquél.
Apenas medio siglo tras su fundación, obtiene el primer privilegio real por parte del entonces rey, Fernando IV, confirmado años más tarde por su hijo y sucesor, Alfonso XI y por el hijo de este, Enrique II. Este último es el único que se conserva -reproducido por D. Jose María Fernández del Pozo- y es gracias al cual conocemos los anteriores, pues en él se hace mención a ellos.
Durante un siglo se suceden varios abades y el monasterio depende del obispo de Astorga, hasta que en 1347 el Papa Clemente VII concedió a la Orden Premonstratense una exención total de esta jurisdicción, pasando a depender directamente del padre General de la Orden.Durante el siglo XV se alternan honrosas comisiones encargadas por distintos papas a los entonces abades de Villoria -lo que da cuenta de su prestigio- con una serie de hechos oscuros protagonizados a final del siglo por diversos personajes (inquisidores y visitadores de la Orden que actúan en su propio y único beneficio, abades intrusos...) que afectan negativamente tanto al patrimonio del monasterio como a la convivencia de la comunidad y la relación de esta con su entorno.
Estos poco honrosos acontecimientos desembocaron en la primera gran transformación del convento a principio del siglo XVI: el que podríamos llamar el primer cambio de sexo del convento de Villoria.
No están claras las circunstancias que desencadenan este cambio, estando esta doble migración -la de los monjes que son expulsados y las monjas que llegan- envuelto a su vez en circunstancias poco claras.
Parece ser que es en el año 1504 cuando el entonces abad de Aguilar de Campóo, Juan Duque de Colmenares (duque aquí es apellido, no título nobiliario), empieza a maniobrar buscando este cambio, hasta el punto de que existió una bula del papa Julio II que abordaba este asunto. Parece ser que la entonces abadesa de Santa Sofía de Toro, donde también se ubicaba una comunidad de monjas premonstratenses, aspiraba a dominar este cenobio de Villoria, por lo que colaboró activamente en la transformación que se estaba gestando.
En 1511, el siguiente abad de Aguilar, Fernando Duque de Colmenares, sobrino del anterior, y que ostenta al mismo tiempo el cargo y título de capellán de los Reyes Católicos, consuma el proceso: Reparte a los monjes residentes hasta entonces en Villoria por varios monasterios y les dota de sendas pensiones, probablemente para aminorar las resistencias a estos traslados.
Así, en mayo de este mismo año 1511, siete monjas viajan desde Toro hasta Villoria para establecer una nueva comunidad, al frente de las cuales y como flamante abadesa, figura Dª. Mencía Duque de Colmenares, la propia hija del abad de Aguilar de Campóo.
Ahora bien, estas insólitas decisiones y este claro acto de nepotismo no pasaron desapercibidos ni en los demás monasterios de la Orden (recordemos que los anteriores moradores de Villoria fueron distribuidos a la fuerza por otros conventos Premonstratenses) ni fuera de la misma, tanto en otras órdenes religiosas como en lo que hoy llamaríamos sociedad civil. Antes bien, de la incredulidad primera se fue pasando a la disconformidad, hasta devenir en un clamor unánime en todas las casas de la Congregación en contra de estas arbitrarias decisiones.
En 1522, 11 años después de la llegada de las monjas a Villoria con Mencía Duque de Colmenares al frente, su padre Fernando es sustituido en el cargo de visitador por don Juan de Rosales, abad del monasterio de Nuestra Señora de Retuerta. Este, después de muchos litigios, depone y expulsa a padre e hija, confinándolos en otros monasterios para penar los desafueros y abusos de poder cometidos; suprime al mismo tiempo la abadía de Villoria y pone al frente de la misma a una priora, doña Constanza Maldonado.
Son de destacar aquí dos cosas:
Por una parte, que se censuran las personas y el procedimiento mediante el que se materializa el cambio de frailes a monjas, pero no el hecho en sí, pues se confirma y consuma, manteniéndose la comunidad de religiosas aunque con otra persona al frente.
Por otro lado, a pesar de que se desconoce la personalidad de esta nueva priora, llama la atención que permaneciera al frente del cenobio un total de 48 años, primero como priora hasta 1531, año en el que fallece don Juan de Rosales, el visitador que la había nombrado. Quien le sustituye no solamente la confirma en el cargo, si no que el monasterio se independiza y vuelve a ser abadía, continuando ella misma como abadesa hasta 1570.
Hemos de deducir por tanto que doña Constanza debía ser muy joven cuando fue nombrada priora en 1522, siendo poco probable que formara parte del grupo fundacional que llegó desde Toro.
Tras los convulsos acontecimientos con que se despidió la comunidad masculina y arrancó la femenina, bajo el mando de esta primera abadesa siguieron unas décadas de tranquilidad y sosiego, sin sobresaltos ni alteraciones graves de la convivencia.
No había de durar demasiado este sosiego monacal, llegando esta vez la amenaza desde muy altas instancias políticas y religiosas:
Es bien conocida la predilección del rey Felipe II por la Orden de los Jerónimos y el intento de reforma de las antiguas órdenes religiosas para favorecer a esta.
Los miembros de su jerarquía, conocedores de este especial cariño, medraron para hacerse no solo con el control, sino también con los bienes y monasterios premonstratenses, aduciendo ante el monarca y la Curia que tal Orden se hallaba tan profundamente corrompida que antes que su reforma, era más rápido y conveniente su sometimiento a la propia Orden de los Jerónimos y su completa integración en esta con el pretexto de que ambas siguiesen la Regla de San Agustín, lo que implicaba su disolución de facto. En 1567 Felipe II consigue un breve pontificio del papa Pío V para que los monjes premonstratenses se subordinaran a los Jerónimos.
Por una parte, el rey remitió amables cartas a los abades premonstratenses instándoles a aceptar la reforma, y por otra, fueron enviados dos reformadores jerónimos a cada monasterio premonstratense con la orden de ocultar la supresión de la Orden, para no soliviantar más a las comunidades intervenidas. Estos reformadores actuaron con extrema arbitrariedad y dureza, deponiendo superiores, encarcelando religiosos (llegaron a fallecer muchos de ellos presos) y hasta excomulgando a comunidades enteras.
Tan graves fueron estos excesos, que los premonstratenses decidieron en 1568 enviar a uno de sus abades a Roma; este, con la ayuda de amigos del Colegio Cardenalicio consiguió que el papa revocara su breve del año anterior y quedara en suspenso aquél intento de reforma por parte de los jerónimos.
De lo que ocurrió en Villoria durante esta breve intervención de la Orden por parte de los Jerónimos la única constancia que existe es la de la llegada de los dos reformadores, es de suponer que la sumisión y la zozobra vividas durante los largos meses de intervención fueran similares a las del resto de monasterios de la Orden.
Por estas fechas y no sabemos si propiciado por este intento de reforma, el monasterio de Villoria se sustrajo de la jurisdicción de la Orden, de quien se sentía aislado, volviendo en 1580 a depender y a estar bajo la protección del obispo de Astorga.
En el año 1665, el monasterio se ve afectado por una gran tragedia: Un incendio lo destruyó completamente. Ardió el edificio con sus enseres y utensilios, muebles, ropa, la iglesia, de la que solamente se salvó del mismo un pequeño retablo de la iglesia monacal, que aún se puede ver a la entrada de la actual; quedó también reducido a cenizas algo imposible de reconstruir y de incalculable valor: el archivo monástico con todos sus pergaminos y papeles, toda la documentación y sus cuatro siglos de historia local y monacal, así como todas las obras de arte.
Tal fue la destrucción que las religiosas hubieron de abandonar Villoria y ser acogidas por su inmediato superior, el obispo de Astorga, quien al parecer las hospedó en el mismo palacio episcopal mientras duró la reconstrucción del convento. No era la primera vez que se veían obligadas a dejar su morada, pues en otras ocasiones ya tuvieron de hacerlo debido a crecidas del río Orbigo, pero esta vez tuvieron que permanecer fuera durante al menos cuatro años, dado el estado de ruina absoluta en el que quedó todo el edificio tras el devastador incendio, no pudiendo regresar hasta 1669.
Desconocemos cómo se había ido perdiendo el cuantioso patrimonio con el que contaba el convento a resultas de la generosa donación hecha por su fundador, pero es indudable que debía quedar poco de aquello, pues de resultas de este pavoroso incendio la situación financiera de la comunidad quedó maltrecha, y durante más de un siglo se suceden diversos expedientes y certificados de pobreza expedidos por los sucesivos obispos de Astorga.
Es significativo que hasta más de un siglo después del incendio no se acometiera la edificación de la iglesia monacal, concretamente en 1772, llevándose a cabo hasta entonces los rezos y cultos religiosos en un local provisional. A parecer, se costeó esta reconstrucción principalmente con limosnas y donaciones de los fieles, pues disponiendo la comunidad para este proyecto tan solo de 70.000 reales al inicio de las obras, llegó su coste a 200.000 a su finalización. Es posible que estas donaciones fueran el motivo por el que desde entonces se abriera esta iglesia a la asistencia de seglares a los cultos.
No es ajena la vida monacal a los vaivenes de la política, y así, llegado el siglo XIX se produce en España un hecho que iba a influir también en la vida monacal de Santa María de Villoria: La Desamortización de los bienes de la iglesia, es decir, su expropiación por parte del estado y su posterior subasta. En 1868, el monasterio de Villoria fue uno más de los destinados a ser vendido y quedar deshabitado. Ahora bien, gracias a don Bernardo Conde y Corral, un monje profeso exclaustrado de la Orden Premonstratense y entonces obispo de Zamora que además contaba con gran influencia política en los círculos gubernamentales, logró salvar su existencia, evitando la exclaustración y venta a la que se vieron abocados otros muchos.
No sólo sobrevivió, si no que además acogió a otras comunidades que sí se vieron expulsadas de sus respectivos conventos: las de Carrizo de la Ribera y la de Otero de las Dueñas, ambas pertenecientes a la Orden Cisterciense.
Convivieron las tres comunidades bajo el techo del monasterio de Villoria en relativa paz y ausencia de incidentes destacables durante tres años, hasta 1871, año en el quien se había adjudicado el convento de Carrizo se desprendía de él devolviéndolo a las religiosas cistercienses, y estas regresaron a él.Continuaron las monjas de Otero de las Dueñas hospedadas en Villoria durante casi diez años más, y a lo largo de esta década sí que aparecen algunos roces en la convivencia, tanto entre las propias abadesas (cada comunidad conservaba y elegía la suya) como entre otras religiosas.
Finalmente, en 1882, casi tres lustros después de su llegada a Villoria, las religiosas huéspedes se trasladaron al monasterio Gradefes, de su misma Orden y del que habían salido las primeras ocupantes de Otero de las Dueñas y del que siempre había dependido este.
Tras la partida de la comunidad tanto tiempo acogida, vuelve el monasterio a su tranquila vida monacal y de observación de la Regla Premonstratense. Recordemos que desde el siglo XVI, la comunidad de Villoria, debido a su lejanía y aislamiento de otras comunidades de la misma Orden, y por mandato papal, dependía directamente de los obispos de Astorga. No está claro cuándo deja de estar bajo la tutela del prelado astorgano y vuelve a depender del General de la Orden, pero es entre final del siglo XIX y principio de XX. Sí está documentado que en 1952, se restablece el rito y Liturgia de la Orden, alejándose aún más de su vinculación a la diócesis y estableciéndose que la comunidad iba a ser dirigida por una priora, en sustitución de las antiguas abadesas.
Parece ser que en esta reforma de estatutos fue decisiva la presencia aquí del Padre Bernard, enviado desde Holanda por la Casa Generalicia, que durante bastantes años permaneció aquí, alternando sus quehaceres entre el monasterio de Villoria y el seminario mayor de Astorga, donde impartía clases como profesor especial.
Reformó y modernizó las estancias tanto individuales como comunitarias para hacerlas más habitables y fundó además un pequeño museo con objetos antiguos y piezas artísticas.
Trató también de buscar ocupaciones rentables a las monjas de clausura a fin de colaborar en el sostenimiento de la comunidad.
Así, desde los años sesenta alternaron y a veces simultanearon ocupaciones tales como cultivo de semilleros de verduras, fabricación de las hostias para la liturgia, costura y confección de prendas laborales y encajes, hospedería, destacando entre ellas la de educación de niños de 3 a 6 años hasta principio de los años setenta en que se instauró la E.G.B obligatoria.
A estas clases acudíamos los niños (con Sor Honorina) y las niñas (Sor Nieves) provistos de pizarra y pizarrín para copiar nuestras primeras letras y números. Fue allí donde los chavales de mi generación empezamos a socializar. Aún recuerdo la fiesta y el alboroto que armábamos los días que había reparto de los “recortes” sobrantes de los panales de los que se habían troquelado las hostias que iban destinadas a las misas.
Llegamos a 1986, otra fecha trágica para este cenobio: el 7 de noviembre de ese año, un nuevo incendio arrasa el convento de Villoria. Los vecinos del pueblo en primer lugar, y los bomberos llegados de Astorga y León, trataron desesperadamente de salvar muebles y enseres y atajarlo con todos los medios de los que pudieron echar mano. Ardua y desesperada empresa, pues las llamas se propagaron rápidamente por las viejas y resecas maderas de la cubierta y entreplantas. Durante las labores de extinción resultaron heridas dos personas: Nicolás Martínez, vecino de Villoria que sufrió graves heridas al caer sobre él parte del tejado y el bombero Pedro Sierra.
Tan sólo la iglesia monacal se libró del devastador incendio. Todo lo demás quedó reducido a cenizas, incluidos el archivo y todos sus documentos, pergaminos y libros, muchos de ellos incunables, así como el museo con todas sus piezas, incluida una cruz que al parecer había sido donada por Isabel la Católica.
Diversos medios provinciales (El Faro Astorgano, El Diario de León), incluso algunos nacionales recogieron esta triste noticia. El diario El País titulaba el domingo 9 de noviembre : Destruido en un incendio un monasterio leonés del siglo XIII
Durante los últimos años del siglo XX y primeros del XXI, el declive de las vocaciones religiosas motivó que no hubiera incorporación alguna de nuevas religiosas, lo que añadido al inevitable envejecimiento de las moradoras, desembocó en la salida de las cinco últimas monjas de su clausura el 30 de noviembre de 2015, fecha desde la que permanecía cerrado hasta la llegada de los tres monjes citados al principio.
Las campanas del convento tocan de nuevo, anunciando cada uno de los rezos de los monjes, desde maitines (7,00 horras) hasta completas, pasando por la diaria misa de 9 y el ángelus.
Sentir de nuevo el convento vivo ha supuesto una gran alegría para muchas personas, las mismas que vivían con tristeza su cierre. Hoy celebran con ilusión esta nueva vida del convento
Tanto es así, que se ha incrementado sensiblemente el número de quienes acuden a la misa diaria de las nueve de la mañana, y es numeroso también el público que a diario acude a escucharles cantar estos rezos, principalmente a vísperas (18,30 h. ) y completas (21,00).