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Imagen de cabecera: Oleo "Ponteja Cal y Canto". Autora: Josefa Alonso Pinos, excelente pintora natural de Villoria de Orbigo.
La Ponteja Cal y Canto es un ojo de puente que se conserva a las afueras del pueblo, construido con los materiales que su nombre indica, y que según parece, construido en época romana, origen también del nombre del pueblo, llamado entonces Villa Aurea. Además de éste, existen otros restos de la misma época, probablemente una termas, alnoroeste delpueblo, en la zona llamada San Adrián, en la que además hubo también un núcleo habitado del que no quedan restos

lunes, 7 de mayo de 2018

Lectura pública día del libro 2018

El pasado 24 de abril celebramos en la biblioteca Río Orbigo una lectura púbica y abierta para conmemorar el día del libro.

Nos llevamos una alegría al ver tanta gente menuda entre los asistentes, y escuchar en vivo sus lecturas elegidas: cuentos, poesías, dramatizaciones...

Reproduzco aquí las aportaciones originales de Manuela Bodas y Conrado Santamaría.



LOS SACAMANTECAS 
Manuela Bodas Puente 


-¡Hombre Tomás! ¿Cómo te va? Hacía tiempo que no te veía.

         -Si es cierto, ya sabes anda uno liao, el campo es lo que tiene. Tu lo sabes mejor que naide.

         -¿Pero qué traes ahí en el brazo, te has mancau?

         -¡No hombre! ¿Pero no te has enterao de lo del autobús que viene a recoger sangre, pa llevarla al hospital y ponérsela al que la necesite?

         ¡Pero estáis tontos uqué! En este pueblo sus creéis cualquier cosa que sus digan! Esos que vienen en el autobús son unos sacamantecas buenos. Sacan la salud de unos, pa luego, vender la sangre a quien mejor se la pague!

         -¡No seas bruto Tomás! Ojalá no necesites nunca una transfusión.

         No había pasado una semana, cuando el solidario donante de sangre, se enteró por un vecino, que Tomás estaba ingresado en el hospital.

         -Pues si, dicen que le dio una hemorragia interna y por poco las palma, llegó vivo al hospital de milagro, y menos mal que había reservas de sangre, de lo contrario, ya estaría criando malvas. ¿De qué te ríes?

         -No es que me ría, me sonrío. La semana pasado cuando vino al pueblo, la Hermandad de Donantes de Sangre de León, estuvimos hablando y el muy bruto, ya sabes como es, me despachó con uno de sus exabruptos. ¿Cómo iba a pensar que necesitaría, tan urgentemente sangre ajena, y que además, tendría que agradecérselo a los que él llamaba sacamantecas, burlándose del gran trabajo del personal que lleva a cabo las  recolectas de sangre y de todas las personas solidarias que forman la gran familia de los donantes?             

Manuela Bodas Puente   
 





Canción de corro del niño palestino
Conrado Santamaría



Quiero, madre, quiero,

nunca me das nada,

quiero, quiero, quiero,

quiero una granada.



Las piedras,

mi madre,

las piedras

no sirven,

las piedras

no valen,

las piedras,

mi madre,

no matan

soldados

ni paran

los tanques.



Las piedras,

mi madre,

son sólo

miseria,

son muerte,

son cárcel,

las piedras,

mi madre,

tortura,

son sangre.



Las piedras,

mi madre,

no matan

soldados

ni paran

los tanques.





Quiero, madre, quiero,

nunca me das nada,

quiero, quiero, quiero,

quiero una granada,

que abrase los tanques

que todo lo abrasan.





Conrado Santamaría. Cancionero de escombros con hoguera. Trabuco, 2014.







Este poema fue musicalizado y grabado en diciembre de 2013 por El Niño de Elche con la colaboración de David Trashumante a las palmas. Puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=uA_lu3Guze4


Hubo más aportaciones, tanto originales como de otros, que cada lector esogió a su gusto.
Con mucho gusto añadiré aquí las que me lleguen

Personalmente, leí un poema en prosa de Luis Cernuda, del libro Ocnos (enlazo este artículo de El País porque es precisamente esa la edición que tengo). Había escogido en un principio el poema que abre el libro, titulado "La Poesía", pero al ver la cantidad de mocines y mocinas que había -desde cuatro años, yo creo- decidí leer "El viaje", que describe maravillosamente qué fácil es viajar montados en los libros. 

El Viaje 
En los estantes de la biblioteca paterna, y a escondidas, porque no le permitían su uso, halló el niño unos tomos en folio de encuadernación rojo y oro, por cuyas páginas se ahondaban los grabados con encato indecible. Ellos fueron quizá los que primero llamaron su atención, más que los nombres de las ciudades desconocidas que llevaban en el lomo: Roma, París, Berlín: Luego, en otros rincones de la biblioteca y no tan a la vista, le aparecieron pliegos sin encuadernar de libros idénticos; pero esta vez los países y las comarcas de que hablaban eran más remotos: India, Japón, regiones vastas del continente africano y americano. Luego supo que algunas de aquellas obras  eran famosas en la literatura de viajes, como la del capitán Cook o las exploraciones de Stanley en busca de Livingstone. El niño entonces sólo sabía contemplar largamente los grabados e ir de ellos al texto, saturándose de la variedad, de la vastedad, de la maravilla del mundo. 

    Ningún deseo despertaba en él todavía de ver en la realidad aquellas ciudades, aquellos países de que lo libros le hablaban. Tan feliz era, tal plenamente feliz hojeando y leyendo sus libros: le bastaba entonces la imaginación, la visión interior, cuya riqueza en él no conocía, aunque la poseyera. Y con su libro voluminoso bajo la lámpara de invierno o sobre uno de los peldaños (lo fresco del mármol era otro aliciente durante la lectura estival) de la escalera que bajaba al patio, a la luz dulce y tamizada por el toldo, leía y leía, veía y veía, atesorando en la mente ríos y mares, paisajes y ciudades, calles y plazas, edificios y monumentos. (Tan bien que, años más tarde, cuando la visita primera a una de las ciudades de sus libros, fue reconociéndoa toda como si en una existencia anterior la hubiese habitado).

   Mas con esas y otras lecturas iba aprendiendo que ni la vida ni el mundo eran, o al menos no eran sólo, aquél rincón nativo, aquellas paredes que velaban sobre su existir infantil; y sembrando así para la curiosidad adolescente la semilla, el germen de una dolencia terrible (terrible en el caso, que precisamente era el suyo, de quien, privado de fortuna debiera afincar en un sitio y pasar allí la vida, ganando en un trabajo ingrato lo suficiente para llegar de un día al otro): la dolencia que consiste en un afán de ver mundo, de mirar cuanto se nos antoja necesario, o simplemente placentero, para formación o satisfación de nuestro espíritu. 

   Y poco a poco, exarcebado el mal con la crisis del crecimiento juvenil, la sirena de un buque en el puerto o el silbato de un tren en el campo le herían como una puñalada, al provocar a su imaginación siempre dispuesta al periplo. Mucho más si se cree, como creía él, que lo que nuestro deseo no halla al lado va a hallarlo a la distancia. Viejo es aquello que dijo alguno: quien corre allende los mares muda de cielo, pero no muda de corazón: lo cual acaso sea verdad (no en este caso particular de que hablamos), mas nunca sabremos que no mudaríamos de corazón, de no correr allende los mares. Lo cual de por sí sería ya razón suficiente para ir de un lugar a otro, manteniendo al menos así, viva y despierta hasta bien tarde, la curiosidad, la juventud del alma.
Ocnos. Luis Cernuda

Puedes enviarme tu lectura a jluislopezd@gmail.com 

Felices lecturas